La pandemia del COVID ha revolucionado la manera de trabajar y ha precipitado cambios que se venían anunciando desde hace años. Uno de los efectos más rotundos es el de replanteamiento de los espacios y medios de trabajo. Adiós al esquema tradicional en el que un empleado tenía que ir a la oficina cada día, cinco días a la semana, en un espacio y horarios fijos, con un teléfono y un ordenador único.
El concepto de trabajo líquido está penetrando con fuerza en el mundo laboral. La realidad post-COVID-19 llevará a una convivencia flexible entre el trabajo presencial y el remoto, con la aparición de nuevas reglas y modelos que ayuden a asegurar su adecuada coordinación y productividad.
Ahora en muchos centros de trabajo no hay un sitio fijo para cada empleado, muchos de ellos trabajan con su propio ordenador portátil -el mismo que utilizan desde casa- y ni siquiera disponen de una línea fija de teléfono en su mesa. Es el modelo hot desking, que consiste en poner a disposición de la plantilla la totalidad de los puestos de trabajo habilitados para cada día. El empleado reserva diariamente su lugar de trabajo, pudiendo éste variar en función de la disponibilidad. Esto también ha comportado eliminar las cajoneras y que a cada persona se le asigne una taquilla para guardar sus pertenencias.
En realidad, la dinámica es convertir los lugares de trabajo más bien en puntos de unión y encuentro de los empleados para determinados temas y situaciones, e incluso para realizar determinadas tareas más relacionadas con la innovación, y que sirvan a la vez para reforzar el sentimiento de pertenencia.
La digitalización y la sostenibilidad también están teniendo mucho que ver en esta nueva era laboral. La migración a la nube de programas, aplicaciones y archivos de todo tipo favorece la posibilidad de conectarse en remoto, aumenta la flexibilidad y eficiencia y supone incluso un gran beneficio en términos de sostenibilidad. El uso de la nube puede llegar a reducir un 65% el consumo de energía y hasta un 84% las emisiones de carbono respecto a la implantación física en los equipos informáticos, calcula Accenture. La digitalización, según el World Economic Forum, puede contribuir a descarbonizar el mundo disminuyendo las emisiones de CO₂ hasta un 35% la próxima década.